Cambio climático y agotamiento de los recursos, desigualdad y derechos humanos, demografía y salud… Son solo algunos de los desafíos que nuestra sociedad tiene por delante. Pero ¿están las empresas digitales mejor posicionadas para ayudar a superarlos?
Si hay un año que marca un antes y un después en nuestra forma de abordar y comprender la sostenibilidad ese es, sin duda, 2015, momento en que Naciones Unidas aprueba los Objetivos de Desarrollo Sostenible. Más allá de la definición de un marco común para la consecución de unos determinados objetivos a escala global, los ODS apelan, explícitamente, al papel de las empresas en la consecución de un modelo de desarrollo más sostenible.
Poco después, el Acuerdo de París, adoptado en la COP-21 de la capital francesa, a través de la Alianza de Marrakech, pasa a reservar también un papel destacado para las empresas en la lucha contra el cambio climático, y en 2017 llega el momento de las recomendaciones del Task Force on Climate-Related Financial Disclosures del Financial Stability Board. Este documento cambia radicalmente la forma que teníamos de entender el cambio climático, ya que deja de ser una responsabilidad altruista de gobiernos, empresas e individuos, para entenderse como un posible desestabilizador de la economía mundial y un elemento de generación de riesgos y oportunidades para las organizaciones.
Estos tres hitos han supuesto un cambio de paradigma en la concepción de la sostenibilidad que ha permeado a las distintas instituciones y empresas a escala global. En el caso de las primeras, podemos adivinar esos mismos principios en nuevas iniciativas regulatorias, como el Acuerdo Verde Europeo o la Ley de Cambio Climático y Transición Energética de España. En el caso de las empresas, ese cambio de paradigma ha obligado a trasladar la sostenibilidad de los departamentos de marketing a los comités de dirección.
Si bien es cierto que la mayoría de las compañías llevan años incluyendo el medio ambiente y el impacto social en sus programas de responsabilidad social corporativa, los nuevos desafíos a los que nos enfrentamos, así como la mayor presión de los propios consumidores finales, han hecho que la sostenibilidad pase a concebirse así como un pilar estratégico clave, bajo una doble óptica: la contribución que realiza la organización al desarrollo sostenible y la gestión de los riesgos y oportunidades que el desarrollo sostenible puede presentar para la organización. Ha dejado de ser algo puramente altruista para empezar a tener un componente “egoísta” para las empresas, por su capacidad de incidir en la competitividad de las organizaciones a corto, medio y largo plazo.
A lo largo de 2021, la UE tiene previsto desarrollar distintos instrumentos en el marco del Acuerdo Verde para obligar a las empresas a integrar los principios de desarrollo sostenible en su gestión. Uno de los instrumentos más destacados será la introducción de la obligación de que las empresas comuniquen externamente el grado de alineamiento con las actividades verdes previstas en la Taxonomía de la UE. Esto, a su vez, será la base del nuevo Plan de Finanzas Sostenibles de la Unión Europea, que pretende redirigir los flujos de capital hacia actividades sostenibles. Es decir, aquellas empresas más expuestas a las actividades contempladas por la Taxonomía tendrán un mejor acceso al mercado de capitales y a la financiación.
Una oportunidad para las empresas digitales
En este contexto, las empresas de la economía digital pueden jugar un papel clave. El propio Acuerdo Verde reconoce el papel de la digitalización como facilitador de la necesaria transformación de la economía. Por eso, las empresas digitales deben mejorar su perfil de sostenibilidad para adaptarse a la nueva regulación y exigencias del mercado de capitales. Gozan de una oportunidad única de mercado, pues sus clientes, enfrentados a las mismas exigencias regulatorias, necesitarán, además, de nuevas soluciones tecnológicas para hacer sus operaciones más verdes y sostenibles.
Nuestra sociedad se encuentra ante un nuevo dilema maltusiano en el que el desarrollo socioeconómico parece contrapuesto a los límites ecológicos del planeta. Al igual que hace 200 años la tecnología nos permitió salir de la trampa maltusiana mediante un aumento de la productividad en la producción de alimentos, hoy la tecnología puede jugar un papel igualmente importante si consigue transformar el modelo de crecimiento para hacerlo compatible con la capacidad del planeta de regenerarse.
En la práctica, la digitalización significa, por ejemplo, disponer de la tecnología y herramientas necesarias para generar y distribuir la energía de forma más eficiente, reduciendo el consumo energético total. Esto aplica también al resto de recursos de una empresa que consiguen gestionarse de manera más eficiente e inteligente, gracias tanto a la mejora de los procesos internos (a través del big data, la IA o el IoT) como a la puesta en práctica de modelos de trabajo más colaborativos y circulares. Esto es algo que puede ya observarse en sectores como la movilidad, la alimentación, la industria o la construcción. Por otro lado, la virtualización y desmaterialización de nuestras economías, puede aliviar la presión sobre recursos como la madera para la producción de papel, envases y embalajes, y materiales de construcción. Y, por último, la digitalización puede llegar a facilitar incluso la comunicación con otros grupos de interés al permitir abrir nuevos canales y oportunidades de cooperación e interrelación con ellos, generando un impacto positivo a través de la actividad corporativa.
En definitiva, en un entorno en el que el regulador y la sociedad en general —personalizada en los consumidores y los profesionales principalmente— han cobrado consciencia de la urgencia de apostar por la sostenibilidad, las empresas del sector digital tienen la gran responsabilidad y la gran oportunidad de contribuir a un modelo de crecimiento económico más racional, eficiente e inteligente, que nos permita vivir en armonía con nuestro planeta.