Conversamos con Eva Rimbau, investigadora y docente en la Universitat Oberta de Catalunya, sobre trabajo en remoto y cómo implementarlo en las empresas en una situación de emergencia como la actual.
Eva Rimbau-Gilabert nos atiende por teléfono. También ella está teletrabajando estos días, aunque, digamos que en el conjunto y por comparación con un amplio porcentaje de la población, entra dentro de la categoría de teletrabajadora experimentada. Su labor en la UOC (la Universitat Oberta de Catalunya), desempeñada desde la sede de Madrid, la obliga a pasar muchas horas en reuniones en remoto con su equipo de Barcelona.
No obstante, como experta en recursos humanos, su contacto con el teletrabajo va más allá de la práctica personal, incluyendo también largas horas de investigación y divulgación sobre cómo lo viven otros muchos profesionales y empresas. De ahí el mensaje que ha venido lanzando estos últimos días en los que tanto se ha hablado del trabajo en remoto: va a servir para que se plantee más en serio, pero no lo tomemos como el gran experimento de esta modalidad de trabajo.
“Para que un experimento tenga validez, tenemos que medirlo con algo que sea comparable”, explica. “En medicina, por ejemplo, si quiero analizar los efectos de un principio activo sobre ratones, trabajo con dos grupos idénticos, es decir, con dos grupos de ratones que viven en las mismas condiciones, se alimentan igual, etc. A los del primer grupo, el grupo de control, no les hago nada, y a los del segundo les doy ese principio activo. Como el único factor que varía entre ambos es el principio activo, las diferencias detectadas se pueden atribuir al mismo; por tanto, la conclusión es válida”.
En el caso del teletrabajo, sin embargo, son muchos los elementos que cambian. “Tenemos a los mismos trabajadores y a las mismas empresas, pero estamos comparando el trabajo presencial normal (en el que las personas tienen su vida normal, sus niños en el colegio, salen a despejarse el fin de semana) con una situación de emergencia (en la que están encerrados en casa, en la que pueden tener familiares enfermos o estar enfermos ellos mismos, …)”. Es probable también que muchas empresas ni siquiera hayan tenido el tiempo para preparar todas las herramientas necesarias —un trabajador puede no tener una buena conexión a internet o encontrar dificultades para acceder a los sistemas de la empresa—. Además, añade Rimbau-Gilabert, les falta práctica, ya que la mayoría de los directivos solamente saben dirigir a colaboradores que están presentes.
El valor social del teletrabajo
Aceptar que no nos vale como el gran experimento al que se han referido muchos titulares, no quiere decir, sin embargo, que tengamos que rechazar su uso en una situación como esta. Es más, aunque quisiéramos, no podríamos hacerlo, porque ha probado ser la única alternativa para muchas empresas y profesionales y tenemos órdenes muy precisas de las autoridades públicas que nos piden no abandonar nuestras casas a menos que sea estrictamente necesario. El matiz está en cómo evaluamos su éxito o su fracaso.
Como explica la también miembro del comité científico del Future For Work Institute, puede que, en muchos casos, no acabe siendo todo lo productivo que habríamos querido —precisamente, por esa falta de planificación y de práctica de la que hablábamos— pero de lo que no cabe la menor duda es de su valor social: “Ahora estamos todos en cuarentena, pero, en los días previos, el teletrabajo ha permitido quedarse en casa a la gente que estaba en situación de riesgo o que presentaba los primeros síntomas. Por otro lado, es evidente que hay mucha actividad que puede mantenerse: todas las tareas de administración, diseño, creatividad, ingeniería, … Esto significa mucho para las empresas que, sin duda, sufren, pero no van a tener que cerrar, y para las personas que no van a perder su empleo. Tenemos que estar contentos con poder teletrabajar porque, si esto hubiera pasado antes del año 90, se hundiría el país”.
Un cambio de mentalidad necesario
A la luz de los datos que teníamos (y siempre recordando que hay muchas profesiones y sectores de actividad que no pueden ponerlo en práctica), son muchas las empresas a las que el teletrabajo les ha pillado desprevenidas. De acuerdo con el INE, el 91,5% de los ocupados en nuestro país no trabajó ni un solo día desde casa en 2018. Pero es que, incluso para las compañías que ya lo contemplaban y practicaban, pasar el 100% de la actividad a remoto en horas o días no es una tarea sencilla.
Rimbau-Gilabert advierte que las empresas ofrecen poco la opción de teletrabajar, pese a que las encuestas confirman lo bien que la valoran los trabajadores. ¿Las causas? “El miedo a la pérdida de control. En España, todavía hay una inmensa mayoría de personas en cargos directivos que siguen teniendo mentalidad de controlar por presencia y no por resultados”.
Por eso, para las empresas que han tenido que poner en marcha ese ‘teletrabajo de emergencia’, como ella misma lo llama, advierte, ante todo, de la necesidad de un cambio de mentalidad: “Como directivo, tienes que aceptar que el tiempo ya no significa nada y tus trabajadores son como consultores. Les encargas un proyecto para el que acuerdas unos objetivos, y de lo que te tienes que asegurar es de que lo hagan en el plazo que estiméis razonable”.
Y mucha, mucha comunicación
Para que esa nueva forma de pensar la organización funcione correctamente, la experta en teletrabajo recomienda crear un sistema de seguimiento de esos proyectos, como pueden ser las reuniones. Unos encuentros regulares íntimamente relacionados con los otros dos componentes fundamentales del trabajo en remoto: la documentación —de las decisiones que se tomen en las reuniones o videoconferencias, de la actualización de políticas internas, etc.— y la comunicación.
A la comunicación, en particular, alude desde dos puntos de vista diferentes, uno productivo, y otro social. En el primer caso, se refiere a mantener reuniones con cada trabajador para aclarar qué se quiere y qué tareas tienen que completar en los próximos días o semanas —según sea el tipo y el rimo de trabajo—, dejando muy claras las expectativas. Pero, más allá de esos aspectos operativos, está el componente social: “no hay que olvidar que no todo son resultados y coronavirus, sino que hay una parte de charla informal, de construir relaciones… Hay estudios que confirman que, si hay un esfuerzo por mejorar esta relación con el trabajador, aumenta su implicación con la empresa y el trabajo remoto puede aumentar la satisfacción general con el trabajo”.
La encuesta 40dB para El País, recién publicada, confirma que aproximadamente un 24% de los trabajadores se ha visto obligado a trasladar su oficina a casa; la mitad de ellos, al completo, es decir, todos los días. Estos tres consejos que pueden ayudar en este primer contacto con el teletrabajo, sin menosprecio del tiempo y esfuerzo —humano, organizacional, tecnológico— que llevaría ponerlo en marcha, de manera eficaz, en circunstancias normales. Es parte del aprendizaje que podremos llevarnos de esta situación, que podrá ayudar a mitigar la desconfianza que en ocasiones generaba este modelo y contribuir a su normalización, porque, como recuerda la profesora de la UOC, “ las cosas van a salir adelante, un poco más lentas, o dejando caer objetivos secundarios, pero van a salir adelante”.
Isabel Benítez, directora de Comunicación de Adigital