Estamos de enhorabuena. Definitivamente existe consenso sobre la siguiente cuestión: si hay un acontecimiento que ha marcado las últimas décadas, el cambio de era en la Historia de la Humanidad, ese es la aparición de internet en nuestras vidas. Estamos en EL MOMENTO, con mayúsculas. Y, dentro de este punto de inflexión histórico, hay otro elemento clave: las redes sociales, convertidas en las grandes impulsoras de la aceptación de internet, de su integración en la vida personal (y no sólo laboral) de las personas, del abrazo definitivo de los individuos a la tecnología digital.
A día de hoy la mitad de la población mundial —3.500 millones de personas— utiliza las redes sociales. Supuestamente. Porque este dato no contempla ni los perfiles múltiples de algunos usuarios (profesional vs. personal, por ejemplo), ni los falsos, ni los gestionados por bots y cualquier otro tipo de programa o ‘inteligencia’. De ahí que sigamos sin tener una idea definitiva de la cantidad de usuarios reales (personas con cara y ojos) que pueblan las redes sociales. Sin embargo, pese a la vaguedad de las estadísticas y análisis que se publican, el impacto de las redes sociales en nuestras vidas es real. Aceptamos que se han convertido en herramientas de gestión de nuestra vida privada y profesional, e incluso admitimos, con más orgullo que vergüenza, el pánico que nos invade cuando Whatsapp ‘se cae’ y pasamos unos segundos —eternos— sin poder escribir a nuestros contactos.
«El recorrido lógico de las redes sociales tendría que ser la mejora de la herramienta hasta dotarla de un valor imprescindible para nuestra subsistencia»
Por otro lado, poniéndonos en el lado de estas plataformas, partimos de la base de que las redes sociales prestan un servicio y funcionan, por tanto, como una empresa. Una máxima de cualquier negocio digital es que de respuesta a una necesidad humana, o que facilite, simplifique, la respuesta a una necesidad humana. Por tanto, si necesitáramos las redes sociales actuales para vivir, el recorrido lógico tendría que ser la mejora de la herramienta hasta dotarla de un valor imprescindible para nuestra subsistencia.
Pensemos en los televisores (que serían los dispositivos) y los concursos de televisión (que serían las redes sociales). Los primeros televisores y los primeros concursos de televisión, nos parecen en la actualidad naive, simplones, no exentos de entusiasmo, pero claramente dirigidos a una audiencia expectante e inmadura ante este fenómeno, fácil de complacer. Pero la televisión se ha visto obligada a mutar en un sofisticado entorno audiovisual en el que el individuo elige el contenido, exige que este se adapte a sus intereses y demanda calidad. Ahora bien, ¿son las series de 15 temporadas, las películas de 4 horas, fundamentales para la subsistencia del ser humano? La respuesta parece fácil.
Sírvanos este paralelismo entre televisores y contenidos, para analizar lo que pasaría si las redes sociales dejaran de existir. ¿Condicionan estas el futuro de la especie?, ¿sirven a alguna necesidad vital del ser humano? Una vez más la respuesta parece obvia.
Si las redes sociales dejaran de existir, es posible que entráramos en un estado de gran perplejidad y posterior confusión; y, seguramente, pasaríamos una temporada mala, pensando que nos falta un brazo —aquí vale cualquier símil exagerado de los que se utilizan cuando uno vive un duelo—. Pero ¿os cuento un secreto? Volveríamos a renacer. Posiblemente con herramientas más sofisticadas, más completas, más útiles… y más vinculadas a la supervivencia, al valor real de la tecnología en nuestras vidas.
Dicho de otra forma, una vez terminada la fase de inmadurez, juego y descubrimiento de las redes sociales, es probable que nos toque dar un paso —o 10, según la persona— para analizar cuál es el auténtico valor de las redes sociales en nuestra vida y actuar en consecuencia, buscando, si hace falta, nuevos juguetes con los que aprender y seguir creciendo.
Por ponerle datos (de Statista) a este post, la red social que más gusta a los españoles es Whatsapp (39%), seguida de Facebook (23%) e Instagram (12%). Las redes sociales en las que somos más activos son YouTube (que se considera a sí misma red social, con un 89%), Whatsapp (87%), Facebook (82%) e Instagram (54%) y Twitter (49%). Por su parte, el peso de los servicios sociales —Messenger / VOIP, en el caso de España, y Whatsapp como líder absoluto— pone de manifiesto la primacía de la utilidad vs. el juguete.
Por tanto, parece justo confirmar la hipótesis lanzada: si las redes sociales actuales dejaran de existir, crearemos herramientas sociales que verdaderamente respondan a necesidades básicas, que sean percibidas como verdaderamente útiles… O no.
Clara Ureña, directora de Adigital Labs